Recientemente volvió a ponerse de manifiesto la gran capacidad de los franceses
para realizar movilizaciones que constituyen verdaderos actos de presión, o mis
exactamente de resistencia, frente a los poderes que se les oponen. Sc ha dicho que
esa movilización poco o nada tiene que ver con nuestras posiciones comunistas.
Esa no es una manera acertada de enfocar la cuestión. Por supuesto que el cabreo
de los ciudadanos franceses no es una toma de posición a favor del Comunismo, y
que, seguramente, los comunistas no son los únicos ni los principales organiza-
dores de esa protesta. Lo que interesa destacar es que las causas de la convulsión
social son interpretables en clave
m
arxista exacta
m
ente igual que lo fueron los aconte
-
cimientos revolucionarios que tuvieron lugar en el mismo país durante la vida de
Marx. La problemática que motiva esa agitación social es de sobra conocida, no
sólo en el país vecino sino también en España y en otras zonas más ricas de lo que
ha dado en llamarse la «sociedad opulenta» o «sociedad del bienestar».
Se trata de limitar el alcance y la magnitud de una serie de elementos, de carácter
socioeconómico, que habían llegado a ser definitorios de un tipo de sociedad y que
acabaron teniendo entidad de derechos o conquistas sociales
. E
n efecto
,
los siste
m
as
de pensiones y de seguridad social están sufriendo una serie de cortes y reduc-
ciones que apenas les permiten cumplir la misión para la que fueron concebidos; y
sobre todo, se avanza en el proceso de desligar su gestión de los poderes públicos,
del control estatal; se incide en una privatización que los desnaturaliza y que los
hace servir a intereses que se avienen mal con la función social de esos servicios.
Por otra parte, otra característica de la «sociedad del bienestar» como la seguridad
laboral, el derecho a un trabajo fijo, está siendo reemplazada a pasos agigantados
por un sistema de contratación temporal, eventual, en precario, con debilidad
sindical, sin derechos laborales, sin garantía de futuro y sin cobertura de
desempleo. Otros derechos sociales siguen el mismo camino al estercolero; la
igualdad de todos los ciudadanos ante la ley es una meta cada vez s
inalcanzable, y otro tanto ocurre en el terreno educacional: la Universidad y el
mundo de la enseñanza en general recuperan su carácter clasista tradicional.
No es que la época anterior representase un estado ideal de pleno uso y disfrute de
todas las garantías sociales, ni que reinase la plena igualdad legal y la igualdad de
oportunidades para todos. Pero durante la etapa del «Estado del bienestar» (al que
nuestro país se incorporó en cierto grado sólo a partir de mediados de la década de
los sesenta) las clases populares del mundo industrializado podían mirar con
serenidad y esperanza el futuro, considerando su situación de entonces como un
estar inmersos en un proceso de prosperidad material ininterrumpido y un
constante avanzar hacia metas sociales y económicas cada vez más justas.
En la base de esa confianza y esa seguridad experimentada por los pueblos estaba
la intuición de que, por fin, la humanidad había llegado a un alto grado de
desarrollo cultural y científico que permitiría, en lo sucesivo, conjurar los eternos
azotes de nuestra especie: el hambre, la enfermedad, la guerra... Estaba también el
optimismo de saber que se dominaban asimismo las leyes económicas, y que sea
posible avanzar en el terreno de la justicia distributiva según los postulados de los
teóricos más progresistas de la intelectualidad mundial. En efecto, las teorías de
Marx, Engels y otros maestros de la Economía política eran estudiadas no sólo en
las Universidades del bloque socialista sino también en los más prestigiosos
centros universitarios y culturales de Occidente.
Acechaban algunas frustraciones. El avance científico-técnico trajo una
problemática desconocida anteriormente: se Ilegó a poner en peligro el equilibrio
ecológico del planeta. El fracaso económico de los regímenes comunistas no se
debió a causas imputables a Marx y sus teorías, sino más bien a una errónea
aplicación de su método. Pero los enemigos del progreso social sabrían aprovechar
ese fiasco para desacreditar toda teoría progresista y revolucionaria y cerrar bajo
siete llaves el sepulcro de Marx. Todos los esfuerzos de la superestructura
ideológica del sistema capitalista se dirigieron a demostrar que ya no eran válidas
las teorías marxistas. El «fin de la historia» que nos recetaban esos centros del
poder mundial contemplaban un «nuevo orden» en el que no hubiese ningún lugar
para intentos de transformación social como los preconizados por el marxismo.
Y sobre todo, se planificó una liquidacn -no por lenta menos real- del «Estado
del bienestar», es decir, de las conquistas sociales que hacían que la situación de
los trabajadores del mundo capitalista tuviese un cierto contenido y color socia-
lista. Después de todo, con esa «sociedad del bienestar» se pretendía colmar
algunas de las aspiraciones históricas de los trabajadores para que éstos no se
sintiesen impulsados a realizar una transformación socialista de la economía y del
sistema productivo. Hablando claro, se trataba, por parte del capitalismo inter-
nacional, de evitar el avance de la revolución social consintiendo algunos de los
logros que tal revolución aportaría. Pero cuando desapareció del horizonte el
peligro revolucionario, las clases dominantes que nunca habían perdido el control
económico del proceso productivo tuvieron y tienen oportunidad de incrementar su
tasa de beneficios suprimiendo los servicios estatales de beneficencia. En Francia
se intenta materializar esa ofensiva antisocial por medio del llamado plan Juppe.
En España, donde ya se llevó a cabo una serie de reformas con muy mala leche, no
cabe ninguna duda de que tanto si gana Felipe González como si gana J. M. Aznar
en las elecciones del próximo mes de marzo, el sistema de pensiones va a sufrir
una reforma que perjudicará a muchísima gente. Incluso en los EE.UU. las clases
populares deben percibir el a
m
argo sabor del
«
nuevo orden internacional
». T
a
m
bién
alse intenta recortar las asignaciones para fines asistenciales
. D
e la pugna entre el
P
residente y el
C
ongreso resultó un bloqueo de los presupuestos que i
m
pidió el
pago de las prestaciones a los pensionistas y los sueldos de los funcionarios. Estos
sectores sociales han de contemplar sorprendidos cuál ha venido a ser el resultado
de la victoria de su país en la «guerra fria». Los contribuyentes norteamericanos
soportaron durante las décadas de la «guerra fria» el esfuerzo económico para
mantener el colosal rearme de ese período, guerras de Corea, Vietnam, etc., hasta
su etapa final conocida como «guerra del espacio», que provocó el colapso de la
URSS y el bloque socialista que no pudieron mantener ese ritmo de rearme.
Hoy tienen que lamentar la victoria imperialista incluso los trabajadores de
EE.UU. que tanto contribuyeron a ella. La pugna entre la Presidencia USA y el
Congreso se saldó con la victoria de éste, que representa actualmente los intereses
más conservadores, lo que implica recortes en las prestaciones sanitarias y otros
fines sociales, o sea, avanzar en la liquidación del «Estado del bienestar». Ese es el
precio que han de pagar por su victoria contra el Comunismo las clases
populares del campo imperialista.
Esta realidad pone de manifiesto la justeza de la teoría marxista que enseña que el
trabajo enajenado, es decir, la parte no pagada del trabajo asalariado, que el
capitalista se embolsa en forma de plusvalía, termina volviéndose contra los
propios trabajadores que produjeron esa plusvalía, se les enfrenta en forma de
todos los aparatos del sistema (judicial, policial, etc.). De esta manera, el
trabajador asalariado que produce plusvalía para el capitalista escontinuamente
contribuyendo a forjar la cadena que lo aherroja.
O sea, que a pesar de las afirmaciones de todos los voceros y bocazas del aparato
ideológico del sistema, que quisieran jubilar definitivamente a Marx, las teorías de
éste pensador siguen siendo un instrumento insustituible para interpretar y
comprender esta sociedad capitalista y afrontar su transformación liberadora. Si de
verdad queremos construir un mundo más justo y superar la explotación clasista
que caracteriza nuestra sociedad, debemos esforzarnos por aplicar el método
marxista de análisis de la sociedad y de las contradicciones de clase que la cruzan.
La recuperación que hoy tenemos que hacer de Marx, Engels y otros clásicos del
marxismo debe partir de la base de que en las obras de esos teóricos no se
encuentran recetas de soluciones sino ejemplos de utilización de un método que
tenemos que aplicar de manera creadora en nuestra realidad concreta.
Enero de 1996